sábado, 23 de octubre de 2010

PELÍCULA: EL ÚLTIMO REY DE ESCOCIA

Un doctor, recién graduado de la universidad, es atosigado y abrumado por su padre para trabajar juntos como doctores y “tener un futuro juntos por siempre”, palabras del padre después de brindar, luego de su graduación. Pero el joven Nicolas Garrigan (James McAvoy) tiene alma aventurera y decide partir a nuevos horizontes para experimentar sensaciones diferentes y ayudar a la gente de Uganda, país en donde se dará lugar la historia.

Nicolas es un joven que grita a los cuatro vientos lo libre y renovado que se siente. Trabaja duro en una aldea junto con Sara Merrit (Gillian Anderson) y su esposo el Dr. Merrit (Adam Kotz). La historia cambia, da un giro cuando Garrigan conoce al nuevo gobernador de Uganda, Idi Amin (Forest Whitaker), después que este diera un golpe de estado en enero de 1971.

Pero antes que la crisis tomara control de la película, una escena se me viene a la mente de manera especial, romántica, sutil y tenebrosa. La misma noche en que conocieron al presidente Amin, Nicolas invita a Sara a celebrar el encuentro simplemente tomando una copa en la puerta de su casa. Sara se muestra indispuesta pero el joven doctor la anima y le toma de la mano, llevándola hasta la puerta. Ella insiste en que se siente cansada pero resulta que ambos siguen agarrados de la mano. Nicolas y Sara se miran. Ella siente sentimiento de culpa. Se siente más incómoda que antes. Le quiere explicar que no puede hacer nada. Él quiere entender, ella no acepta nada, ni una palabra. Sara le vuelve a explicar que no sabe lo difícil que es estar casada con un hombre tan bueno. Nicolas lo entiende porque lo mismo pasaba con su padre.

La vida se vuelve complicada. El amor y la pasión ahora se han dividido en el corazón de Sara. No puede mentirle a su esposo. No le quiere hacer daño. Nicolas sigue sus impulsos y actúa. Ella se va y lo deja. Se siente mal, pero al mismo tiempo le gusta sentirse amada.

Una escena complicada, en donde cualquiera de nosotros se ha podido sentir identificado. Lo único que quería ella era que el mundo se la tragara y poder sentirse libre. Ni siquiera se explicaba por qué ella estaba ahí, en Uganda, en un país tan alejado a sus propias costumbres occidentales. Prefiere seguir con lo mismo, con la seguridad que la acostumbra y no se arriesga absolutamente a nada. Nicolas, al principio tampoco quiere arriesgar, pero termina cayendo en lo fácil, en el poder sin límites que le propone el atrayente Amin.

Este poder del cual estoy hablando se lo plantea luego de haberlo conocido. Le pide que sea su doctor personal. Después de haber visto toda la riqueza y la vida fácil que le daba Amin, el joven doctor escocés accedió a ella sin ninguna objeción. Abandonando no sólo a la aldea, en donde empezó, sino también a Sara.

La película en este momento va cambiando. Las situaciones se tornan inverosímiles. Muchas coincidencias a veces no suelen ser tan reales. La escena en donde casi matan a Amin, ayudado gracias a Nicolas y su auto deportivo nuevo no era convincente. La escena en donde Garrigan se convierte de su doctor personal a su consejero personal, y no sólo eso sino que también trataba asuntos de negocios como el del nuevo hospital, con apoyo de Inglaterra y otros países. Ya todo eso lo vemos de manera incoherente y poco creíble.

Pero hay un elemento privilegiado, importante y absolutamente indispensable que es la fuerza, el poderío, la atracción, la seducción y la influencia que tenía este personaje interpretado por el genial Forest Whitaker. Actor de una larga trayectoria, encuentra en este filme una oportunidad única para demostrar su verdadero talento.

Sin Whitaker, la película no tendría esa sensación de miedo y ternura que brinda Amin. El dictador llevó a la muerte a más de 300 mil ugandeses. Durante ese periodo, trató de ocultar todo lo que pudo. Pero a pesar de que tenía sangre fría para cometer el genocidio, se mostraba amable y amigo de Nicolas. Parecía de aquellos que te brindan toda su amistad a cambio de nada. Un amigo bonachón de los cuales ya no hay muchos en la vida. Este cambio de bueno a malo, lo ejecuta de manera impecable, sin esfuerzos y con una enorme naturalidad. Un actor de actores que gracias a ese papel se ganó un merecido premio Oscar.

El último rey de escocia es una película con altos y bajos pero su ritmo y su interpretación la hace rica en elementos, su fotografía cinematográfica llena de amarillo, llena de tierra, la convierte en una rica mezcla. Sin olvidar mencionar la exquisita música africana y la edición dinámica. Muy recomendable.

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