miércoles, 16 de diciembre de 2009

PELÍCULA: SOLARIS DE ANDREI TARKOVSKI

Dualidad en una obra maestra

Solaris es una de las películas más conmovedoras y excéntricas del cine. Después de verla, revisarla, analizarla en estructura, narración y descripción, contiene una delicadeza única con un sello incomparable: el de Andrei Tarkovski.
Mi principal motivación para estudiarla fue el hecho del positivismo y negativismo que posee con relación al ser humano y su conservación. Abstracta en contenido, manteniendo un mundo en donde la “solarística” (ensayos ficcionales muy serios y complejos, para obviamente dar un toque de realidad y ubicar al lector dentro de un universo real) no existe en la película mas sí en la novela de Stanislav Lem. La verosimilitud juega un rol importante, complejo, filosófico y entendible a los ojos de los románticos empedernidos de la vida y del amor principalmente.

El positivismo que explicaré (de forma arbitraria) es el de la concepción pura del amor que encuentra el realizador y lo plasma en sus personajes como un acto tan dulce como patético. Es decir, por ejemplo, un convencimiento sobre la veracidad que un par de ojos pueda brindar al ver a Harey, la ex–esposa de Kris Kelvin, muerta pero vuelta a la vida en carne y hueso. (Salvo que en vez de tener células, tiene neutritos, un rollo magistral del escritor polaco).

La minuciosa perdida de consciencia que Kris Kelvin va sufriendo gradualmente a niveles incontrolables de inconsistencia moral, se convierte en un cambio tan exageradamente preciso como impecable. Es un personaje que se envuelve en un traje de resistencia con material supra racional y que, a medida que avanzan los minutos, se desnuda y se da por completo a lo que yo llamo “amor intrínseco”. Basado en una experiencia personal, este amor parece abarcar desde lo real hasta lo irreal, internándose en orillas profundas de reflexión y lógica para uno mismo, cayendo por ese motivo en las fosas de la incomprensión de la misma personalidad, a pesar de la madurez que uno pueda preconcebir.

Kris enciende una vela en su interior, tratando de quemarse él mismo con esa intensidad que significa querer y amar a un ser “extraterrestre”. Gracias a la omnipotencia de Solaris, ese recuerdo se convierte en realidad y la posibilidad de dejarlo y abandonarlo no cabe en ningún milímetro de su mente. Sus colegas, navegantes del espacio como Snaut y Sartorius, ya experimentados y relacionados con la experiencia, tratan de advertir a Kelvin con artilugios precisos, sosegados, semejantes casi a la propia Solaris, quien sabe con exactitud dónde “atacar” al ser humano.

La película se torna densa, emplea una metálica en sus vestimentas y en su sicológica forma de ser. Muestra “piedras de cobre” que habitan en las mentes de los tripulantes haciendo que estos cooperen con Solaris -y con su mismo realizador, por supuesto-.
Lo positivo de esta expresión humana de cambiar o tornarse, en muchos casos, contra uno mismo, tiene un cuestionable posicionamiento de intereses que para mi son perennes e intocables. El amor de los personajes -en particular el de Kelvin-, encuentra delirio en la felicidad y felicidad en el delirio. Mientras uno se juzgue firme, verdadero y extremo, la vida se convierte en cómplice haciendo que tal “pérdida de razonamiento” se autoevalúe de la mejor manera posible para así vivir en la tranquilidad que uno busca, ha buscado y seguirá buscando el resto de su vida. Y llegar un día, como dice George Harrison, a la abstención del libre nacimiento para así, y esto lo digo yo, no sufrir más en vidas futuras. (Concepción oriental.)

n cuanto al negativismo, sería más que obvio nombrar a Solaris como el responsable, incursionando en la vida humana, reflejándose y obteniendo de las raíces racionales mentiras y comportamientos animales que el ser humano, a pesar de todos los avances tecnológicos y desarrollos científicos, no puede controlar.

El autoconvencimiento de que la vida libre está en la reflexión y pensamiento no suele llegar a otros niveles de entendimiento como el de “acción”. Uno actúa conforme a sus pasiones y a su ignorancia. Solaris, aquel planeta que se convierte en el “otro Dios” de los tripulantes, sin mencionar al Dios religioso, se sumerge en la vulnerabilidad e ignorancia, oprime al más sabio para subyugarlo ante sus mismos miedos y mentiras. La acción se reduce a mera intelectualidad. La experiencia falsa concluye con la primordial situación de veracidad que necesita una persona común y corriente.

Para encontrar una salida, la “acción” debe realizarse. Eso está muy claro en la línea que propone el director. Y esta misma “acción” propone lo negativo que, si ciertamente se esconde y no se muestra, la omisión está ahí. Si no lo vemos, quiere decir que no hay y al no haber, la situación negativa se acentúa. Kris Kelvin no hace nada. Sólo se deja llevar por la corriente. Kelvin representa a la humanidad cautiva de sus propias mentiras.

Todo es dual. El negativismo surge del positivismo. La reacción de Kelvin surge de la no acción de él mismo. La versión de Solaris de Andrei Tarkovski surge del entendimiento contrario al de la mente del creador de la novela de Stanislav Lem.

Sería muy complaciente si tan sólo nombrara la dualidad de Solaris, pero he tenido que desmembrar, por cada una de sus ramas, las diferentes visiones, herramientas, sentimientos y propuestas para entender una obra maestra desde la superficialidad de la etérea e impalpable crítica simbólica que he podido mantener al ver y sentir una clase maestra de cine.
Paco Pulido Spelucin

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