sábado, 23 de octubre de 2010

PELÍCULA: PELOTEROS

El fútbol es el deporte más apasionante y popular que existe en el planeta. Y ahora, en temporada mundialista, se estrena con dificultades, como todas las películas peruanas, Peloteros, y para variar, un desastre cinematográfico.

Ya sentado en la butaca de la sala de cine, un día después del estreno, mis ojos contaban con tristeza los veintiún gatos, para ser exactos, que estábamos sentados frente a la pantalla. Es una verdadera lástima que la gente no valore lo que cuesta, en términos económicos, realizar una película aquí en Perú. El éxito de la misma brillaba por su ausencia, pero aún así, ni siquiera la curiosidad hace que la gente vaya al cine a ver una película peruana.

Peloteros contiene una serie interminable de errores: malas interpretaciones, sonido y música lamentable, dirección incipiente. Y lo más grave, en términos generales, es una pésima y deplorable calidad visual que, sin ningún sentido de respeto hacia el espectador, lo ofende con imágenes pixeleadas (agrandadas en la pantalla de cine, hasta deformarlas – por haberlo grabado en formato digital “de baja calidad” y luego transferirlo a película de 35mm).

La historia es ambientada en la década de los 90, en un barrio de Breña, donde un grupo de seis adolescentes (peloteros), se reúnen para formar un equipo de fulbito y participar en un campeonato. Muchas aventuras suceden en el camino, desde la primera experiencia sexual con prostitutas, hasta pericias delictivas para conseguir el dinero para las camisetas del equipo. Años más tarde, un reencuentro los hace reflexionar, rememorando con nostalgia tiempos pasados y darse cuenta del inevitable cambio.

Jorge Castillo, quien ha trabajado como asistente de dirección en Inca Films (productora de Peloteros) junto al respetable Francisco J. Lombardi, haciendo lo mismo para Velarde (El destino no tiene favoritos), Velasquez (Django, la otra cara), Barrios (Polvo enamorado), Mendoza (Mañana te cuento), parece no haber capturado ni una pizca de creatividad, ni sentido común de estos directores. Su trabajo en Peloteros es lamentable, y técnicamente, una pérdida de tiempo.

Es probable que un steadycam (cámara que elimina movimientos bruscos en la imagen) sea un poco dificil de conseguir, pero no justifica el temblor de la cámara cuando realizaba travellings (seguimientos) en planos secuencia. Una absoluta primariosa dirección, que a pesar de toda la experiencia anteriormente resumida, no basta, al parecer, para realizar una película con el mínimo requerimiento técnico en la imagen.

Es una vergüenza que las salas de cine acepten trabajos de tan mala calidad. Creo que nos basta con la deficiencia sonora de las salas de cine, pero creo que sería el colmo que pretendan exhibir cintas con deficiencias visuales. Estaríamos retrocediendo a pasos agigantados, en vez de avanzar. Este problema ya se está desbordando y creo, con descaro. Las salas de cine limeñas, nos inundan de grotescas publicidades gringas (películas de Hollywood), el sonido nos perfora el tímpano y ni siquiera de forma cualitativa, y ahora, nos infectan de películas con imágenes dañinas para el ojo del espectador. Es necesario un alto a todo esto y generar, con suma autoridad, un cambio en el cine de hoy en día.

Actuaciones rescatables, y es probable que sólo por presencia de Miguel Iza y de un convincente Joel Ezeta. Iza, maestro en personaje que le ofrezcan, y Ezeta, tratando de convencer, con todas las herramientas posibles, pero que cojea por la sombría personalidad de su personaje. Ambos, lo más respetable de la película. Además de un guión cuidado en lenguaje, pero exagerado en los detalles y pobrísimo en argumento.

Sin más palabras, reafirmo, en esta película, la segunda catástrofe en el cine (si es que no existen otras). En primer lugar: la aparición del sonido en el cine. Lo cual, hizo que las películas se vuelvan más auditivas que visuales (audiovisual); en segundo lugar, y razón del bochornoso trabajo del director Castillo: el desarrollo de la tecnología, facilitó a que cualquiera realice un trabajo cinematográfico sin la más mínima capacidad de generación de arte. El cine no es sólo contar una historia, es también “hacer arte”.

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