Después de tres años, Alejandro González Iñárritu regresa a la pantalla grande con Babel, una película muy parecida a sus anteriores trabajos, pero con mucha más responsabilidad, experiencia y una extrema capacidad de experimentar con la atmósfera de manera sutil y precisa.
El director González, de nacionalidad mexicana, ya ha ganado un premio con esta película en el Festival de Cannes como mejor director y ahora está nominado también en los premios Oscar.
Desde “Amores perros”, pasando por “21 gramos” hasta Babel, el realizador mantiene la misma estructura ondulante, un guión en constante movimiento que mantiene al espectador atento y pendiente de lo que vendrá.
Juega con tres historias unidas entre sí de manera especial. La comunicación es su hilo conductor, el lenguaje es la herramienta que varía sin desaparecer del todo, los gestos se acentúan en las costumbres opuestas y la música placentera y celestial con toques de guitarra y algunos tambores realza de manera espiritual la cinta lo cual ayuda a sensibilizar todo.
Algunos críticos locales prefieren llamar esto: Melodrama (consintiendo en su concepción una fallida herramienta para reflejar un acontecimiento o una burda manera de sensibilizar al público). Yo lo llamo: saber manejar las millones de opciones que te brinda la cinematografía y en ese sentido, el director Alejandro González Iñárritu logra pasar las fronteras de la sensibilidad, con misticismo y una apreciación explícita de los valores que manifiestan de mejor manera, una acción.
Lástima que la traducción no sea la mejor, ya que omiten por ejemplo el saludo (una de las primeras palabras de la película) musulmán: Que la paz esté contigo. Paz que aparece sólo en la primera y última escena.
La primera historia se centra en un pueblo de Marruecos. País musulmán. Para hacer obvio el conflicto, qué mejor que una pareja de americanos Richard (Brad Pitt) y Susan (Cate Blanchett) que se van de viaje, escapando de una tragedia familiar. Si condimentamos la cinta con “intentos” terroristas y algunos heridos, entonces todo se vuelve interesante (“obvio” pero interesante).
La transición entre historia e historia es magnífica. Un grito de Marruecos se mezcla con alguno en México o algún silencio de la frontera mexicana con el silencio en Japón.
Mientras vemos a Brad Pitt envejecido, desolado y confundido, en instantes posteriores observamos a Gael García Bernal como Santiago. Un joven e impulsivo mexicano que vive en la frontera y que lleva a Amelia (Adriana Barraza, nominada al Oscar) a la boda de su hijo, desde San Diego a la tierra de los mariachis y del tequila.
Una vez que el director nos sumerge al mundo mexicano que rebosa de enchiladas, tacos, mujeres ejerciendo el trabajo más antiguo del mundo al medio día, la historia cruza el continente y llega a tierra nipona.
Acá nace la tercera historia. Si se nos hace extraño escuchar su idioma, peor la comunicación entre sordo-mudos. Sus protagonistas: Yasujiro (Koji Yakusho) y Chieko (Rinko Kikuchi) son personajes que están ligados de manera lejana a la historia, pero que el tema de infelicidad y absoluta discordancia de afectos son como el aire para los seres vivos.
La relación japonesa entre padre e hija es la misma en cualquier lado. ¿Qué nos diferencia a pesar que están a miles de kilómetros de distancia? Absolutamente nada. El fondo, el tema, lo metafísico de Babel lo podemos palpar con nuestro cinco sentidos en toda la película.
No importa no entender la increíble fe de los musulmanes, no importa si no entendemos las señas y gestos de japoneses, ni la ignorancia de la protagonista mexicana. Babel va más allá. Su fotografía, su música, su palabra y su desenvolvimiento están verosímiles. Es cierto que denuncia la insensibilidad de los americanos, la ignorancia de los mexicanos, la irresponsabilidad de la misma cultura hacia nosotros mismos y no de forma exacta, pero una película es ficción y ficción es una ilusión 24 fotogramas por segundo. Muy recomendable.
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