Dos parejas de adolescentes, perdidos entre la guerra de Vietnam, su alistamiento a la armada norteamericana y su vida personal, y rumbo a su destino final, se topan con el sheriff Hoyt (R.Lee Ermey), quien los llevará a su casa de manera nada amigable. Ahí los esperan una familia única, enferma, impaciente y tétrica.
Esta película que contiene, entre sus elementos más importantes, una buena fotografía y buena ambientación “claustrofóbica”, se dedica a “repetir el plato” con la anterior: Masacre en Texas (2003) puesto que su dedicación por suministrar los mismos elementos y su semejanza los aprisiona de manera tal que los jóvenes, ahora capturados por la familia asesina, no tienen ninguna opción de aniquilarlos o de que la trama tenga alguna variación con respecto a los integrantes de la familia.
Quizás, lo que pudo explorar el director Jonathan Liebesman en esta ocasión y no lo hizo, son las causas por las cuales la familia decide asesinar o dedicarse al oficio de matar sin remordimientos, sin cansancio y con todo lo inhumano posible.
Por otro lado, la bella Jordana Brewster nos confiesa frente a la pantalla sus ganas de morir frente a monstruos despiadados. Lo menciono porque, si bien es cierto, no hay nadie a quien pueda pedir ayuda, su afán por entrar en la casa y la capturen es apasionante. Tiene oportunidad para escaparse pero decide quedarse y ayudar, sin arma alguna, a sus amigos.
La estupidez puede ser bastante imperante ante la solidez que pueda poseer la lógica y la razón, pero la decisión desconcertante de salvar a su amiga, la última sobreviviente al parecer, la hace regresar. No creo que sea necesario que la ignorancia y la sobria poción de temor, aborde de manera tan inverosímil a la joven Chrissie.
El final, sin tener en cuenta la película anterior, pareciera que todo está listo para un final feliz. El joven Dean (Taylor Handley) “revive”. Se despierta de su adormecimiento, encuentra a Chrissie justo antes que el hombre de la máscara de cuero la despedace. Es cuando Dean lo tumba al piso dándole un golpe certero pero no lo “remata” ni nada por el estilo (claro, cómo lo iba a rematar si tiene que haber una continuación), lo deja tirado y va en auxilio de su amiga. Es cuando el hombre/animal se levanta y lo atraviesa con su sierra eléctrica.
Las situaciones no son precisamente certeras. La única forma de que la película tenga una sorpresa para los espectadores es que vean primero “el inicio” y luego la primera que se realizó en el 2003 con Marcus Nispel como director. Si contemplamos esta advertencia, las escenas de suspenso están muy bien realizadas. Las escenas gore funcionan y el salvajismo de las mismas son bien precisas. Lo más resaltante es la actuación del veterano Lee Ermey. Cómo olvidar a Ermey en “Full Metal Jacket” como el sargento Hartman, quien preparaba a los soldados para la guerra. Ese personaje imperativo, desquiciado y empedernido con el sufrimiento lo caracteriza con tal pasión que vale la pena verlo ahora.
Esta película que contiene, entre sus elementos más importantes, una buena fotografía y buena ambientación “claustrofóbica”, se dedica a “repetir el plato” con la anterior: Masacre en Texas (2003) puesto que su dedicación por suministrar los mismos elementos y su semejanza los aprisiona de manera tal que los jóvenes, ahora capturados por la familia asesina, no tienen ninguna opción de aniquilarlos o de que la trama tenga alguna variación con respecto a los integrantes de la familia.
Quizás, lo que pudo explorar el director Jonathan Liebesman en esta ocasión y no lo hizo, son las causas por las cuales la familia decide asesinar o dedicarse al oficio de matar sin remordimientos, sin cansancio y con todo lo inhumano posible.
Por otro lado, la bella Jordana Brewster nos confiesa frente a la pantalla sus ganas de morir frente a monstruos despiadados. Lo menciono porque, si bien es cierto, no hay nadie a quien pueda pedir ayuda, su afán por entrar en la casa y la capturen es apasionante. Tiene oportunidad para escaparse pero decide quedarse y ayudar, sin arma alguna, a sus amigos.
La estupidez puede ser bastante imperante ante la solidez que pueda poseer la lógica y la razón, pero la decisión desconcertante de salvar a su amiga, la última sobreviviente al parecer, la hace regresar. No creo que sea necesario que la ignorancia y la sobria poción de temor, aborde de manera tan inverosímil a la joven Chrissie.
El final, sin tener en cuenta la película anterior, pareciera que todo está listo para un final feliz. El joven Dean (Taylor Handley) “revive”. Se despierta de su adormecimiento, encuentra a Chrissie justo antes que el hombre de la máscara de cuero la despedace. Es cuando Dean lo tumba al piso dándole un golpe certero pero no lo “remata” ni nada por el estilo (claro, cómo lo iba a rematar si tiene que haber una continuación), lo deja tirado y va en auxilio de su amiga. Es cuando el hombre/animal se levanta y lo atraviesa con su sierra eléctrica.
Las situaciones no son precisamente certeras. La única forma de que la película tenga una sorpresa para los espectadores es que vean primero “el inicio” y luego la primera que se realizó en el 2003 con Marcus Nispel como director. Si contemplamos esta advertencia, las escenas de suspenso están muy bien realizadas. Las escenas gore funcionan y el salvajismo de las mismas son bien precisas. Lo más resaltante es la actuación del veterano Lee Ermey. Cómo olvidar a Ermey en “Full Metal Jacket” como el sargento Hartman, quien preparaba a los soldados para la guerra. Ese personaje imperativo, desquiciado y empedernido con el sufrimiento lo caracteriza con tal pasión que vale la pena verlo ahora.
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